Estaba claro que esta no era la clase de bar que estaba buscando. Chaqueta como reflejo de tiempos mejores, camisa con cuello ligeramente oscurecido del roce con la piel, y zapatos viejos cuasi hambrientos, pero abrillantados con esmero. Mi abuelo decía que las buenas personas siempre llevaban limpios los zapatos. Era como decir que todos los malos llevaban un caballo negro. Pero empíricamente todavía no me ha fallado la ecuación. Una roída cartera de cuero le colgaba de lado a lado del pecho, dándole un aire a profesor de literatura excéntrico.
Era ya tarde de aquel miércoles huérfano, y probablemente la taberna era el único garito con luz en varias paradas de metro alrededor.
Maxi se levantó diligentemente dejando sus cuatro cartas delante suya (lo cual me alivió, dado que con dos pitos rey caballo mala cosa ibamos a hacer de terceras dadas) y se situó tras la barra mopa en mano, con el rollo Cheers q tanto lleva sin haber visto una serie en su puta vida. Qué tomamos, dijo. no llegue a oir la respuesta, fuera pasaba el camión de la basura. pero su voz me pareció roída y profunda. De soldado de la vida. Maxi le puso delante un vaso ancho con tres hielos, y dejó que aquel JB de ocho años a precio de coste resbalase entre ellos.
Mientras tanto, el profesor soldado abría la piel de animal extrayendo una no menos destrozada Mouleskine y una pluma. Esta última llamó enormemente mi atención. Desde la distancia de cuatro mesas se podía apreciar su peso labrado en madera y plata a la usanza, rematada en una brillante punta de iridio que desenfundó cual espada Toledana.
Maxi se trajo la botella a la mesa, hicimos amago los tres de cartera sabiendo que a la penúltima siempre invita la casa y que su orgullo de taberneero irlandés, de los irlandeses de Carabanchel, nunca nos lo permitiría.
De reojo me fijé de nuevo en el profesor soldado. Mojando sus labios en la copa, abría la libreta de nuevo. Con la pluma desenfundada escribía con ligereza rasgando el papel con un sonido que, desde mi distancía, creo más haberlo imaginado que escuchado. Nadie me contó que estaba escribiendo. A los cinco minutos apuró de un trago la copa entera que durante su enfrascamiento creativo había dejado deshacer, soltó un billete de diez, encima de la barra, arrancó la hoja con violencia arrugándola en su bolsillo y se fue con la libreta y la pluma en la mano. sin despedirse. En busca de otra libreta supongo.
Creo que ya nadie escribe a pluma.